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Los dinosaurios, al desplazarse
sobre un sedimento (fango o arena), producían una serie de impresiones a las
que denominamos
huellas de pisada.
Cuando estas últimas se conservan fosilizadas en una capa o estrato, se las
denomina también
icnitas. En
un
primer momento, en la preservación de las huellas juegan un papel
fundamental
distintas características físicas de la superficie donde pisan (tipo de
sedimento, contenido en agua, textura, etc.). Las condiciones óptimas
del
terreno se corresponden con sedimentos arcillosos con un grado
intermedio de
consolidación y elevada plasticidad. Podemos pensar en el barro de una
charca
que se empieza a secar pero que todavía conserva cierta humedad como un
ejemplo
actual de medio idóneo para registrar huellas de pisada de animales. Sin
embargo, los procesos geológicos posteriores a la formación de las
huellas
serán decisivos para que éstas fosilicen y se conserven hasta la
actualidad: las depresiones producidas por las extremidades de los
dinosaurios no deben de
verse afectadas por procesos que las destruyan, como las corrientes de
agua, el
oleaje o las pisadas de otros vertebrados. Posteriormente, las huellas
han de
rellenarse con nuevos sedimentos, preferentemente de distinta naturaleza
a la
del sustrato donde se han formado; de este modo se evita que las icnitas
sean
borradas rápidamente por la erosión.
Además de indicar el lugar exacto por el que
pasó el animal, la observación de una icnita permite deducir, por ejemplo, si
el dinosaurio era grande o pequeño, herbívoro o carnívoro, su hábito de
locomoción bípedo o cuadrúpedo, la forma aproximada, el número de dedos de los
pies o de las manos y si se trataba de la huella de una extremidad derecha o
izquierda.
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(C. García-Pumarino, J. C.
Martínez, L. Piñuela y M.ª E. Díaz, Un
recorrido por la Costa de los Dinosaurios; J. C. García- Ramos, L. Piñuela y F. Ortega, La costa de los dinosaurios Adaptación)
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