El cine
norteamericano y las novelas de mosqueteros parecen habernos acostumbrado a que
solo los apellidos ingleses y franceses tienen cabida en el terreno de la
leyenda. Mucho se ha escrito, por ejemplo, sobre la existencia o inexistencia
de Shakespeare, y sobre quién escribió verdaderamente sus obras.
De hecho,
durante mucho tiempo gozó de cierto predicamento la idea de que Shakespeare, un mediocre actor sin
formación suficiente como para escribir lo que presuntamente escribió, mató en
realidad al autor genial de las obras que luego haría pasar por suyas. Uno de esos posibles verdaderos autores de cuanto Shakespeare escribiera, Philip
Marlowe, murió en extrañas circunstancias cuando, muy joven, saboreaba ya las
mieles del éxito, unos meses antes de que comenzase la fulgurante carrera de
Shakespeare. ¿Y si Shakespeare hubiera matado a Marlowe y se hubiese quedado
con sus manuscritos?
Menos
peregrinos y no menos apasionantes misterios abundan en nuestra propia
literatura, incluso en nuestra propia región. Hoy quiero contaros una de esas
historias, tan solo una de tantas: la historia de Francisco Bances Candamo (1662-1704),
un destacado poeta y dramaturgo que llegó tarde a casi todo y del que apenas se
acuerdan, en algún capitulillo marginal, los más cumplidos tratados de
Historia de la Literatura. Juan
Luis Alborg, autor de proverbial minuciosidad anglosajona, le reserva en el tomo dos de su magna Historia de la literatura española una página como
dramaturgo poscalderoniano y una rápida mención como poeta posgongorino.
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Con todo, Bances,
uno de los mejores poetas asturianos, gozó de un éxito en vida formidable, y su
historia, enigmática y misteriosa, merece una novela. Bances es un caso único
de la literatura española, pues fue nombrado por Decreto Real «Dramaturgo de
Cámara» del Rey Carlos II, lo que jamás había sucedido y nunca volvería a
suceder. Además, logró el puesto cuando aún no contaba veinticinco años, y gozó
del favor y la estima de sus contemporáneos. Su ascenso fue meteórico. Muerto
su padre cuando era muy niño, fue mandado por su madre desde su Avilés natal a
Sevilla a los nueve años, donde contó con la ayuda de un tío suyo que
disfrutaba de una canonjía. Se formó en Sevilla, tomó las órdenes menores y estudió
Leyes y Letras en la
Universidad ; muerto también su tío, partió a Madrid en 1684
en busca de fortuna. Su ascenso fue tan rápido (llegó a Madrid como desconocido
y fue nombrado dramaturgo de cámara casi sin solución de continuidad), que no
pudo dejar de causar sospechas. De hecho, al poco de llegar a la Corte , Bances fue herido de
una estocada en el pecho en un rifirrafe, pues unos encapuchados lo esperaron
una noche a la puerta de su casa. Salió con vida y, según se cuenta, el Rey
mandó enarenar y atajar la calle en que Bances vivía para que no le molestaran
durante su recuperación (asistida por el propio médico real) el ruido de los
carruajes. Alborg supone que Bances era visto con recelo por su éxito
fulgurante y que ello ocasionó la emboscada. El caso es que a este incidente
siguieron años de gloria, estrenos aplaudidísimos y vida cómoda y regalada en
los ambientes más exquisitos. En este periodo alumbró obras tales como Por su rey y por su dama (1685), El duelo contra su dama (1689) Las mesas de la fortuna, El esclavo en grillos de oro, Cómo se curan los celos y Orlando furioso
(1692), que entonces todo el mundo conocía y de las que hoy solo tienen noticia
los más exigentes eruditos. Pero, en ese momento de plenitud, algo extraño hubo
de suceder. Algo que no sabemos y ni siquiera intuimos. Bances abandonó motu proprio su puesto de dramaturgo de
cámara, y fue destinado a un rincón en la Administración
acorde con sus estudios: empezó a desempeñar pequeños trabajos funcionariales
en provincias, cada año en un destino distinto, siempre alejado de Madrid y sus
oropeles: Cabra, Baeza, Ocaña, quizá el norte de África se sucedieron en su
andadura. Siguió estrenando algunas obras, pero menos y menos exitosas ―Más vale el hombre que el nombre (1696),
¿Cuál es afecto mayor, lealtad, honra o
amor? (1697)―. Los títulos de estos textos insinúan ya su desencanto, lo
mismo que varios sonetos en que da la vuelta al tópico del Beatus Ille y denuncia las infamias de la vida provinciana y
campestre, exhibiendo su añoranza de la capaital; trasluce todo ello que no
debió ser muy placentera su vida lejos de la Corte. Murió en 1704 durante
uno de sus incómodos viajes, a los 42 años, olvidado; él, que a los 25 era el
dramaturgo más envidiado de Madrid.
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De misterios están repletas nuestras letras. Fíjate en el misterioso asesinato que se narra en los tres primeros párrafos de este artículo. ¿Quiénes fueron sus protagonistas? Investiga un poco sobre ellos y sobre el famoso suceso, conocido como Crimen del Eslava.
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