viernes, 14 de diciembre de 2012

Un misterio literario


El cine norteamericano y las novelas de mosqueteros parecen habernos acostumbrado a que solo los apellidos ingleses y franceses tienen cabida en el terreno de la leyenda. Mucho se ha escrito, por ejemplo, sobre la existencia o inexistencia de Shakespeare, y sobre quién escribió verdaderamente sus obras. 




De hecho, durante mucho tiempo gozó de cierto predicamento la idea de que Shakespeare, un mediocre actor sin formación suficiente como para escribir lo que presuntamente escribió, mató en realidad al autor genial de las obras que luego haría pasar por suyas. Uno de esos posibles verdaderos autores de cuanto Shakespeare escribiera, Philip Marlowe, murió en extrañas circunstancias cuando, muy joven, saboreaba ya las mieles del éxito, unos meses antes de que comenzase la fulgurante carrera de Shakespeare. ¿Y si Shakespeare hubiera matado a Marlowe y se hubiese quedado con sus manuscritos?
Menos peregrinos y no menos apasionantes misterios abundan en nuestra propia literatura, incluso en nuestra propia región. Hoy quiero contaros una de esas historias, tan solo una de tantas: la historia de Francisco Bances Candamo (1662-1704), un destacado poeta y dramaturgo que llegó tarde a casi todo y del que apenas se acuerdan, en algún capitulillo marginal, los más cumplidos tratados de Historia de la Literatura. Juan Luis Alborg, autor de proverbial minuciosidad anglosajona, le reserva en el tomo dos de su magna Historia de la literatura española una página como dramaturgo poscalderoniano y una rápida mención como poeta posgongorino.



Con todo, Bances, uno de los mejores poetas asturianos, gozó de un éxito en vida formidable, y su historia, enigmática y misteriosa, merece una novela. Bances es un caso único de la literatura española, pues fue nombrado por Decreto Real «Dramaturgo de Cámara» del Rey Carlos II, lo que jamás había sucedido y nunca volvería a suceder. Además, logró el puesto cuando aún no contaba veinticinco años, y gozó del favor y la estima de sus contemporáneos. Su ascenso fue meteórico. Muerto su padre cuando era muy niño, fue mandado por su madre desde su Avilés natal a Sevilla a los nueve años, donde contó con la ayuda de un tío suyo que disfrutaba de una canonjía. Se formó en Sevilla, tomó las órdenes menores y estudió Leyes y Letras en la Universidad; muerto también su tío, partió a Madrid en 1684 en busca de fortuna. Su ascenso fue tan rápido (llegó a Madrid como desconocido y fue nombrado dramaturgo de cámara casi sin solución de continuidad), que no pudo dejar de causar sospechas. De hecho, al poco de llegar a la Corte, Bances fue herido de una estocada en el pecho en un rifirrafe, pues unos encapuchados lo esperaron una noche a la puerta de su casa. Salió con vida y, según se cuenta, el Rey mandó enarenar y atajar la calle en que Bances vivía para que no le molestaran durante su recuperación (asistida por el propio médico real) el ruido de los carruajes. Alborg supone que Bances era visto con recelo por su éxito fulgurante y que ello ocasionó la emboscada. El caso es que a este incidente siguieron años de gloria, estrenos aplaudidísimos y vida cómoda y regalada en los ambientes más exquisitos. En este periodo alumbró obras tales como Por su rey y por su dama (1685), El duelo contra su dama (1689) Las mesas de la fortuna, El esclavo en grillos de oro, Cómo se curan los celos y Orlando furioso (1692), que entonces todo el mundo conocía y de las que hoy solo tienen noticia los más exigentes eruditos. Pero, en ese momento de plenitud, algo extraño hubo de suceder. Algo que no sabemos y ni siquiera intuimos. Bances abandonó motu proprio su puesto de dramaturgo de cámara, y fue destinado a un rincón en la Administración acorde con sus estudios: empezó a desempeñar pequeños trabajos funcionariales en provincias, cada año en un destino distinto, siempre alejado de Madrid y sus oropeles: Cabra, Baeza, Ocaña, quizá el norte de África se sucedieron en su andadura. Siguió estrenando algunas obras, pero menos y menos exitosas ―Más vale el hombre que el nombre (1696), ¿Cuál es afecto mayor, lealtad, honra o amor? (1697)―. Los títulos de estos textos insinúan ya su desencanto, lo mismo que varios sonetos en que da la vuelta al tópico del Beatus Ille y denuncia las infamias de la vida provinciana y campestre, exhibiendo su añoranza de la capaital; trasluce todo ello que no debió ser muy placentera su vida lejos de la Corte. Murió en 1704 durante uno de sus incómodos viajes, a los 42 años, olvidado; él, que a los 25 era el dramaturgo más envidiado de Madrid. 



De misterios están repletas nuestras letras. Fíjate en el misterioso asesinato que se narra en los tres primeros párrafos de este artículo. ¿Quiénes fueron sus protagonistas? Investiga un poco sobre ellos y sobre el famoso suceso, conocido como Crimen del Eslava.

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